Desde hace ya varios veranos, acerco el objetivo a la bignonia roja del jardín, donde un microverso acontece cada día.
Las espectaculares flores rojas de la bignonia atraen a abejas, moscas y otros insectos voladores en busca de su dulce néctar.
Algo que también atrae a un ejército de hormigas, que recorre la enredadera desde el suelo hasta las flores, sin saber si volverán a casa.
Entre las flores, el peligro acecha. Otro ejército mucho más poderoso las espera, hambriento. Emboscado en silencio.
Durante todo el día, avispas y hormigas juegan al perro y al gato entre los pétalos y las hojas, que a la luz del sol de verano rabian de color.
La mayoría de las hormigas son capturadas. Las avispas campan a sus anchas. Pero las apariencias engañan...
Mientras las depredadoras comen a placer, un octavo pasajero duerme escondido en los abdómenes de las cazadoras, que las devora y controla desde dentro, sin que nadie se percate.
Ejemplares ocultos de xenos vesparum pasean bajo palio, indolentes, sabiéndose en la cúspide de la cadena alimenticia.
Ya se sabe que el lugar más seguro de la selva es la espalda del león...
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